Devocionales, Depositar nuestra confianza en Dios, ¡La libertad no consiste en pasar los límites!




Año de la Restauración



En los Colegios: Cada maestro transmite el mensaje principal de la guía devocional. Los niños en su diario escriben:

Nombre o Tema del devocional.

Principal Aprendizaje y como lo puede poner en práctica.   



Septiembre: Respeto




DIA 1  (Jesús dijo:) Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Juan 8:31-32
Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Juan 8:36

¡La libertad no consiste en pasar los límites!
Actualmente el deseo de libertad se traduce en algunas personas por un intento desesperado de traspasar todo tipo de límites. Por ejemplo, no satisfechos con hacer alpinismo, algunos se lanzan en el alpinismo extremo... ¡y a veces lo pagan con su vida! Algunas películas alimentan esta concepción engañosa de la libertad. ¡Es un espejismo peligroso! ¿Significa esto que la libertad es un sueño al que sería mejor renunciar para conformarse con una vida aburrida y mediocre?
¡Por supuesto que no! Pero primero debo preguntarme: ¿de quién soy prisionero? Simplemente de mi pretensión, de mi orgullo siempre subyacente en mis pensamientos más secretos, que me empuja a hacer las cosas opuestas a la voluntad de Dios. Sin embargo, desde que creó al hombre, Dios quería su felicidad.
El Evangelio es el mensaje de la libertad porque nos revela, sin sombra, la condición del hombre esclavo de sus propios pensamientos opuestos a Dios. En este sentido, la verdad conduce a la libertad a todo el que quiera escucharla. Para liberar al hombre de esa esclavitud, Cristo pagó el precio muriendo por él en la cruz y dándole una vida nueva. La verdadera libertad no consiste en ir tras el poder, y mucho menos en querer ser igual a Dios (Génesis 3:5). ¡Es vivir la vida de Jesús en humildad, confiando en él! Entonces el creyente comprende cuáles son sus límites, porque Dios actúa en él. “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Filipenses 2:13).

DIA 2 Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. 2 Timoteo 1:12

Depositar nuestra confianza en Dios
El conocido físico Albert Einstein escribió: «El único y verdadero problema de todos los tiempos está en el corazón y en los pensamientos de los hombres. No se trata de un problema físico, sino moral. Es más fácil modificar la naturaleza del plutonio que la mente mala de un individuo. Lo que nos asusta no es la explosión de una bomba atómica, sino el poder de la maldad del corazón humano, su fuerza de explosión para el mal».
Los innumerables conflictos que hay en el mundo confirman muy bien lo que escribió este físico. La Biblia afirma: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9). ¡Así es el corazón de cada uno de nosotros!
Pero este problema tan básico, ¿tiene solución? San Agustín, un fiel creyente del siglo cuatro, declaró: «El corazón del hombre no halla descanso hasta que lo encuentre en Dios». Él mismo se había agotado en vanos esfuerzos buscando la paz del corazón en la filosofía y los placeres del mundo. Al final, mediante la fe, se volvió a Jesús, el Hijo de Dios; entonces halló la paz y el verdadero descanso.
Miles de hombres y mujeres, de orígenes y países diversos, de condiciones y edades diferentes, pasaron por la misma experiencia: sus corazones se llenaron de paz cuando depositaron su confianza en Jesucristo. En él hallaron “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7), y esta paz los acompañó a través de todas las tormentas de la vida.
¡Aprendamos a depositar nuestra confianza en Dios!
s indispensable. En vez de tratar de deshacernos lo más rápido posible de nuestros problemas y preocupaciones, pidamos más bien al Señor que nos dé la fuerza y la paciencia necesarias para soportarlas y atravesarlas con él.
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:28-30).

Tarea en Familia: Compartir este devocional en familia.
Día 3  Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Juan 8:10-11

Jesús habla a las mujeres (7) - “Ni yo te condeno”
Juan 8:1-11
Unos hombres religiosos llevaron a Jesús una mujer que había sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. Querían que Jesús cayese en la trampa: a él, quien traía la gracia, querían ponerlo en contradicción con la Ley divina.
La acusación había sido pronunciada, el círculo de los acusadores y la mujer presentada ante Jesús estaban esperando. Jesús se agachó y escribió con el dedo en la tierra.
El silencio era tenso... Los acusadores insistieron, entonces Jesús se levantó y dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7). Luego volvió a escribir, y su silencio fue más elocuente que las palabras.
¡Ellos también se callaron! Y salieron “uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros” (v. 9). Ahora, ¿tenían un juicio más justo sobre sí mismos?
¡Solo había uno que no tenía pecado! Solo había uno que podía condenar. ¡Y se abstuvo de hacerlo! Jesús no vino para condenar, sino para salvar. Pudo perdonar a la acusada e invitarla a tomar un nuevo camino: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (v. 11).
Un nuevo futuro se abría ante esta mujer que no tenía ninguno. ¡Para ella y para los hombres que de repente se habían quedado en silencio, era posible empezar de nuevo! ¡Y para usted, sea quien sea, también! Todos nosotros, que a menudo somos tan hipócritas, ¡podemos volver a empezar!

DIA 4 Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Filipenses 4:6-7
La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento
A menudo la Biblia nos exhorta a permanecer tranquilos, pese a las dificultades. Nos esforzamos en ello, y esto es bueno. Pero, ¿qué dice el versículo del día? “La paz de Dios... guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. No dice que nuestros corazones siempre conservarán esta paz, sino que, cuando hayamos echado nuestra carga sobre él, en oración, su paz guardará nuestros corazones.
Dios sabe de antemano todo lo que nos va a suceder. Todos los acontecimientos forman parte de sus planes y no cambian en nada su amor por nosotros. Por gracia podemos disfrutar de sus tiernos cuidados. ¡Él nos escucha! Por eso, en todas las circunstancias, en vez de preocuparnos y pensar que va a suceder lo peor, presentemos nuestras oraciones a Dios y contémosle todo lo que carga nuestros corazones. Podemos confiar en su perfecto amor y exponerle con libertad nuestras peticiones: su respuesta siempre será una respuesta de gracia, incluso si no es la que esperamos.
¡Mantengamos firme nuestra confianza teniendo presente que le hemos confiado nuestras dificultades! Creamos que él está por encima de todas las situaciones que podrían turbarnos. Entonces experimentaremos que él tranquiliza nuestro pesado corazón dándonos su paz, que “sobrepasa todo entendimiento”.
“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3).

DIA 5 Salmo 31

Para el director del coro: salmo de David.

Oh Señor, a ti acudo en busca de protección;
    no dejes que me avergüencen.
    Sálvame, porque tú haces lo correcto.
Inclina tu oído para escucharme;

    rescátame pronto.
Sé mi roca de protección,
    una fortaleza donde estaré a salvo.
Tú eres mi roca y mi fortaleza;
    por el honor de tu nombre, sácame de este peligro.
Rescátame de la trampa que me tendieron mis enemigos,
    porque solo en ti encuentro protección.
Encomiendo mi espíritu en tu mano;
    rescátame, Señor, porque tú eres un Dios fiel.
Detesto a los que rinden culto a ídolos inútiles;
    yo confío en el Señor.
Me gozaré y me alegraré en tu amor inagotable,

    porque has visto mis dificultades
    y te preocupas por la angustia de mi alma.
No me entregaste a mis enemigos
    sino que me pusiste en un lugar seguro.
Ten misericordia de mí, Señor, porque estoy angustiado.
    Las lágrimas me nublan la vista;
    mi cuerpo y mi alma se marchitan.
10 Estoy muriendo de dolor;

    se me acortan los años por la tristeza.
El pecado me dejó sin fuerzas;
    me estoy consumiendo por dentro.
11 Todos mis enemigos me desprecian,
    y mis vecinos me rechazan,
    ¡ni mis amigos se atreven a acercarse a mí!
Cuando me ven por la calle,
    salen corriendo para el otro lado.
12 Me han olvidado como si estuviera muerto,
    como si fuera una vasija rota.
Día 6
La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Romanos 8:2
Una ley ineludible
Si tengo en mi mano una pelota y la suelto sin darle ningún impulso, ¿qué dirección tomará? Obviamente caerá al suelo, debido a la ley de la gravedad. Pero si la lanzo hacia arriba con todas mis fuerzas, subirá, pero muy pronto caerá nuevamente al suelo. El impulso que le doy no basta para librarla de la atracción de la tierra. La ley de la gravedad es un principio físico del que nadie puede librarse.
En el ámbito moral, también existe una ley universal. El apóstol Pablo la llama “la ley del pecado que está en mis miembros”. Desde que el primer hombre pecó, esta ley esclaviza y gobierna la condición moral de la humanidad. Por sí mismo, todo descendiente de Adán peca irresistiblemente. Los llamados de su conciencia, la religión y la moral no bastan para liberarlo de esta terrible servidumbre. Lo admita o no, el hombre cede al mal sin poder resistir. Al huir de la luz de Dios, va de forma natural hacia las tinieblas; permanece bajo el dominio del pecado y se hace esclavo del diablo porque teme el juicio de Dios. Es una ley, confirmada por la experiencia desde hace miles de años.
Pero esta ley no tiene ningún efecto sobre Jesús, pues “no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). El Hijo de Dios vino para libertarnos (Juan 8:36). Si creemos en él, la ley del pecado deja el paso a una nueva ley liberadora: “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. Entonces el Espíritu de Dios dirige al creyente y lo empuja a hacer el bien. Dejémonos, pues, conducir por él y “andemos... por el Espíritu” (Gálatas 5:25).

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