Año del
favor de Dios
Verso para Memorizar:
Está bien, haré lo
que me pides —le dijo el Señor a Moisés,
pues cuentas con mi
favor y te considero mi amigo.
Exodo 33:16
DIA 1 (La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se
salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 1 Corintios 1:18
A este Jesús... Dios le ha hecho Señor y Cristo. Hechos 2:36
La cita de la cruz
El evangelista Spurgeon, a quien se le reprochaba por hacer predicaciones
muy parecidas entre sí, respondió: «Tomo cualquier texto de la Biblia y lo
llevo a la cruz». ¡Sí, es a la cruz de Cristo a donde Dios quiere llevar a
todo hombre para salvarlo! Ella es el lugar imprescindible para recibir el
perdón de los pecados. ¡Es la puerta de la vida eterna! Allí los hombres
pasan a ser hijos de Dios y obtienen la promesa de entrar en la casa del
Padre.
Cuando Jesús fue crucificado entre dos ladrones, ambos lo insultaban
(Mateo 27:44). Pero uno de ellos volvió en sí y dijo al otro condenado: “¿Ni
aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad,
justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas
este ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu
reino”. Jesús le respondió: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso” (Lucas 23:39-43).
¿A cuál de estos ladrones nos parecemos? ¿Al que se arrepintió y fue
salvo o al que rechazó el perdón y fue condenado? ¡Debemos tomar una decisión
aceptando o rechazando la obra que Cristo hizo en la cruz! ¡Hoy todavía es
tiempo!
Tengo que arrepentirme ante Jesucristo, reconocer mis faltas, mi
condición de pecador y recibir la gracia de Dios como un regalo de su parte,
regalo totalmente suficiente para estar reconciliado con él. “Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres
sus pecados” (2 Corintios 5:19).
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DIA 2 (Dios) cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se
alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban. Salmo 107:29-30
¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Marcos 6:50
Atravesar la tempestad
“Yo soy”, dijo Jesús a sus discípulos aterrorizados por un mar
embravecido (Marcos 6:45-53). Luego dirigió la pequeña barca azotada por las
olas y la condujo con seguridad “al puerto que deseaban”. El Señor
todopoderoso que caminó sobre las olas sigue siendo el mismo para los que
depositan su confianza en él. Muchas veces se habla de azar, de mala suerte,
de imprevisto, pero el creyente sabe que el Señor gobierna las circunstancias
de su vida, sean agradables o difíciles. Las dificultades pueden parecer
insuperables, pero el Señor está por encima de todo.
Amigo cristiano, escuche su voz en medio de la tormenta: No temas, “yo
soy”. Aquel que permite al mar levantarse enfurecido, también puede calmarlo,
ordenándole: “¡Calla, enmudece!” (Marcos 4:39).
El Señor le dice: «Conozco cada una de tus pruebas; ninguna de ellas está
ahí para hacerte naufragar, sino para acercarte más al cielo. ¿Tienes una
enfermedad grave? ¿La soledad o el duelo te hacen llorar? Yo soy tu
consolador, vine al mundo y pasé por todos los sufrimientos humanos.
Permanece cerca de mí, en oración, pues siempre te escucho».
¡Miremos hacia arriba y recobremos el ánimo! Demos gracias al Señor por
sus fieles cuidados, mientras esperamos estar un día junto a él en el cielo.
Entonces comprenderemos el verdadero sentido de nuestras pruebas y alabaremos
la bondad de Aquel que, en la tierra, nos acompañó mientras pasábamos por
ellas.
Tarea Familiar: Responder después de
compartir este devocional en casa, ¿Por qué podemos confiar en Dios y estar
tranquilos.
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DIA 3 Al corazón
contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Salmo 51:17
Solo tú conoces el corazón de todos los hijos de
los hombres. 1 Reyes 8:39
La apreciación divina
Lucas 18:9-14
Para explicar la importancia de lo que sucede en nuestros corazones,
Jesús toma el ejemplo de dos hombres que van a orar al templo. Uno de ellos
es un personaje religioso que se cree justo, el otro es despreciado debido a
la función que desempeña en la sociedad.
El primero ora así: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros
hombres”. El orgullo nos aísla de nuestros semejantes, pero ante todo nos
aleja de Dios, quien aborrece “la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y
la boca perversa” (Proverbios 8:13).
El segundo tiene una actitud totalmente diferente. Es consciente de sus
pecados ante Dios y no se atreve a acercarse a él. Su conciencia intranquila
ni siquiera le permite levantar los ojos hacia el cielo, pero sabe que Dios
es un Dios de misericordia y de gracia. Ora así: “Dios, sé propicio a mí,
pecador”. Refiriéndose a él, Jesús dijo: “Este descendió a su casa
justificado antes que el otro”, es decir, el hombre religioso satisfecho de
sí mismo. Luego el Señor añadió: “Cualquiera que se enaltece, será humillado;
y el que se humilla será enaltecido”.
Dios no ha cambiado. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los
humildes” (Santiago 4:6). Todo el que hoy se humilla ante Dios, le confiesa
sus pecados y cree que Jesucristo murió para expiarlos, recibe su perdón por
gracia.
“El Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está
delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
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DIA 4 Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Efesios 4:32
Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi
camino. Salmo 119:105
El poder de la Palabra de Dios (1)
Liuba era una joven rusa encarcelada de por vida debido a un asesinato.
Tenía sida y pensaba que su existencia carecía de sentido. Estaba tan
desesperada que cuando iba a suicidarse, se le ocurrió pedir un último
socorro al cielo. Ella dijo a Dios: «Si todavía me amas, después de todo lo
que hice, ¡respóndeme!».
Alguien le había dado una Biblia y la joven la abrió en el libro de
Mateo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mateo 9:13). Así
decía el primer pasaje que leyó y que la impactó grandemente. “Venid luego,
dice el Señor, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18), confirmaba el segundo. El
tercer pasaje hablaba del malhechor crucificado al lado de Jesús, quien dijo:
“Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que
merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. Y dijo a Jesús:
Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto
te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:41-43).
Alcanzada por la Palabra de Dios y anonadada por su amor, Liuba se
convirtió al Señor aquel día. Pasó a ser una testigo de Cristo en la cárcel
donde estaba. Gracias a su influencia, aquel siniestro lugar se fue
transformando poco a poco: ya no se oían gritos salvajes ni había peleas
entre criminales; a veces incluso las detenidas cantaban himnos.
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DÍA 5 Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial. Mateo 6:14
Amad a vuestros enemigos... y orad por los que...
os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. Mateo 5:44-45
El poder de la Palabra de Dios (2)
La fuerza del perdón
«Cuando Liuba estuvo demasiado enferma para permanecer en la cárcel, fue
llevada al hospital. Pude visitarla y compartir con ella un buen momento de
comunión cristiana. Leímos juntos un pasaje del Evangelio. Ella estaba muy
débil.
–Sin duda alguna es el final de mi vida, me dijo.
–Si así fuere, ¿qué le gustaría decir a Dios?
–Me gustaría perdonar a mi madre quien me abandonó; a mi padre, a quien
nunca conocí; a mi hermana que me robó todo y me rechazó; al hombre que maté
porque quiso asesinarme después de haberme violado; a todos los hombres que
me engañaron; a los que me quitaron a mi hijo...
Y la larga lista de dolor y de perdón se fue prolongando, como si fuese
el testimonio de un mundo de miseria y horror... Comprendí que no era tanto
la «criminal» quien necesitaba ser perdonada, pues Dios la había perdonado,
sino muchas otras personas... y era ella quien tenía la fuerza para hacerlo
en una hermosa manifestación de amor hacia todos los que la habían herido.
Días después unas amigas cristianas fueron a visitar a Liuba, pero el
Señor Jesús ya se la había llevado al paraíso. Vieron al médico jefe, quien
les dijo: Nunca había visto ningún enfermo como Liuba, ¡resplandecía de
bondad!».
Pierre D.
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