Relaciones, Dios conoce , confiar en Dios. Devocional Noviembre 2017


Año de la Restauración



Noviembre : Generosidad

En los Colegios: Cada maestro transmite el mensaje principal de la guía devocional. Los niños en su diario escriben:

Nombre o Tema del devocional, principal aprendizaje y como lo puede poner en práctica. 


DIA 1 No os preocupéis por lo que habéis de comer... de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas.
Lucas 12:29-31
Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. Mateo 6:8

Vuestro Padre sabe
Qué consoladora es esta pequeña frase: ¡“Vuestro Padre sabe”! Jesús no dice: «Vuestro Padre vendrá a ayudarles», cosa que es cierta, sino que insiste en el hecho de que él conoce perfectamente todas nuestras necesidades. Él sabe. ¿No nos basta saber, en todas las situaciones, que nuestro Padre sabe todo lo que nos concierne, que siempre nos escucha, que su amor no cambia? Él sabe. No se le escapa nada relativo a sus criaturas. ¡Descansemos en esta seguridad!
Nuestro Padre sabe cuáles son nuestras necesidades. Las contó, las pesó y se ocupa de ellas con sabiduría y amor. La simpatía de los hombres siempre tiene sus límites, pero cuando una persona que sufre experimenta que Dios está a su lado, ¡qué alivio!
El apóstol Pablo, encadenado en una cárcel, lo experimentó. Con respecto a su comparecencia ante el tribunal del emperador escribió a Timoteo: “El Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” (2 Timoteo 4:17). En otra ocasión dramática, a punto de naufragar, declaró a sus compañeros de viaje: “Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas” (Hechos 27:23-24).
Dios se ocupaba de su siervo y lo fortalecía en la tempestad. Quizá no nos envíe un ángel, pero él “sabe”, y este pensamiento calma nuestras inquietudes y nos da ánimo.
DIA 2  Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres. Colosenses 3:23

¡Vivamos para Jesús!
Cuando el Señor Jesús sufrió en la cruz (y padeció más allá de todo lo que podemos imaginar), no pensaba en sí mismo, sino en los que creerían en él y así serían librados de su culpabilidad. Sufrió el juicio en nuestro lugar y murió por nosotros.
Su amor inimitable, que lo llevó a darse de tal manera por nosotros, ¿halla eco en nuestro corazón, en nuestra vida diaria?
En el trabajo, ¿solo deseamos llegar a un puesto más alto, o más bien nos esforzamos en trabajar diligentemente para agradar al Señor y ser sus testigos? Solo así tendremos una actitud justa en el ejercicio de nuestra profesión.
En nuestro tiempo libre, ¿acomodamos esos momentos de mayor disponibilidad, dedicándolos a nuestras actividades favoritas, o sirviendo al Señor Jesús? El descanso es necesario, pero que nuestro deseo sea poner más tiempo a disposición del Señor.
En la familia, vivir para él es pensar en los demás. En vez de tener una actitud egoísta, podemos ayudarnos mutuamente, compartir las tareas de la vida cotidiana, como también las preocupaciones y las alegrías, pequeñas o grandes.
¿Queremos responder a nuestras aspiraciones personales, o consagrar nuestra vida al Señor? Jesús murió por nosotros, pero también resucitó, está vivo y desea llenar nuestra vida con su presencia.
Pablo escribió: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21)

Tarea en Familia:    Compartan este devocional en familia.
DIA 3  
Vestíos, pues... de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros. Colosenses 3:12-13

Hermosas relaciones entre creyentes
Toda la vida del Señor Jesús ilustra el versículo de hoy. Estas cualidades también deberían caracterizar las relaciones entre sí.
La misericordia: es responder con compasión a las necesidades de los demás. “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio”, dijo Jesús (Mateo 9:13).
La benignidad o bondad: es una actitud fraternal que busca el bien del prójimo. Si hemos “gustado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:3), esta caracterizará nuestras relaciones.
La humildad: solo Jesús fue “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Siempre tomó el último lugar. Y nosotros, ¿logramos olvidarnos de nosotros mismos?
La mansedumbre: es el carácter del que no insiste sobre sus derechos, incluso cuando es acusado injustamente. ¡Es el mejor antídoto contra las contiendas!
La paciencia: Dios es paciente para con todos los hombres, “no queriendo  que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). El que es paciente deposita su confianza en el Señor y sabe esperar.
Soportarse: somos muy diferentes los unos de los otros. Cada uno tiene su propio carácter, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. ¡Aceptemos con humildad nuestras diferencias!
Perdonar: estemos dispuestos a perdonar de todo corazón, en todo tiempo y a todos, “como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).

DIA 4 
No oí la voz de los que me instruían, y a los que me enseñaban no incliné mi oído. Proverbios 5:13

No menosprecies, hijo mío, el castigo del Señor, ni te fatigues de su corrección. Proverbios 3:11

La autodestrucción
Nos llama la atención la incapacidad del hombre para liberarse de lo que es nocivo para él. A muchos les gusta lo que los destruye. Todos conocemos los serios daños que causa a la salud el consumo de tabaco, el alcohol, la droga y todo tipo de excesos. Pero uno no quiere, o no puede, abandonar aquello que primeramente es un placer y pronto se convierte en una esclavitud. A menudo los consejos no sirven de nada.
¡Lo que es cierto en el campo físico, también lo es en lo espiritual! Al hacer el mal, nos hacemos mal y nos destruimos a nosotros mismos. La Palabra de Dios deja bien claras las inclinaciones obstinadas de nuestra naturaleza, junto a nuestra incapacidad para liberarnos de ellas. El profeta Jeremías dijo: “Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia adelante” (Jeremías 7:24).
Negarse a escuchar a Dios, a ir a él para aceptar la liberación que ofrece, conduce a la muerte eterna. Dios nos invita a escucharle y a recibir sencillamente lo que nos dice, para nuestra felicidad presente y eterna.
“Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11:28).
“Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Romanos 10:11).
“Venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:3).
DIA 5 
No oí la voz de los que me instruían, y a los que me enseñaban no incliné mi oído. Proverbios 5:13
No menosprecies, hijo mío, el castigo del Señor, ni te fatigues de su corrección. Proverbios 3:11

La autodestrucción
Nos llama la atención la incapacidad del hombre para liberarse de lo que es nocivo para él. A muchos les gusta lo que los destruye. Todos conocemos los serios daños que causa a la salud el consumo de tabaco, el alcohol, la droga y todo tipo de excesos. Pero uno no quiere, o no puede, abandonar aquello que primeramente es un placer y pronto se convierte en una esclavitud. A menudo los consejos no sirven de nada.
¡Lo que es cierto en el campo físico, también lo es en lo espiritual! Al hacer el mal, nos hacemos mal y nos destruimos a nosotros mismos. La Palabra de Dios deja bien claras las inclinaciones obstinadas de nuestra naturaleza, junto a nuestra incapacidad para liberarnos de ellas. El profeta Jeremías dijo: “Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia adelante” (Jeremías 7:24).
Negarse a escuchar a Dios, a ir a él para aceptar la liberación que ofrece, conduce a la muerte eterna. Dios nos invita a escucharle y a recibir sencillamente lo que nos dice, para nuestra felicidad presente y eterna.
“Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11:28).
“Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Romanos 10:11).
“Venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:3).




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