El Amor no se irrita
Día 1
Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por
ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo... ¿Por
qué te abates, oh alma mía?... Espera en Dios.
Salmo 42:1-2, 11
¿Por qué te abates, oh alma mía?
Las preguntas de la Biblia (Salmo 42)
Este creyente
tiene sed de Dios y suspira por él, como un ciervo busca las aguas. Su alma
está seca, sin fuerzas... ¿Por qué pasa por esos períodos de tristeza?
¡Porque piensa en la felicidad de tiempos pasados cuando, junto a otros,
podía cantar! Ahora está solo, y además es el blanco de los que le preguntan:
“¿Dónde está tu Dios?”. Estas preguntas son como flechas que penetran hasta
lo más profundo de su ser y lo sumergen en la nostalgia y la inquietud.
Pero de repente
vuelve en sí, y tres veces se pregunta a sí mismo: “¿Por qué te abates, oh
alma mía, y te turbas dentro de mí?” (Salmos 42:5, 11; 43:5). Su mente está
abatida e inquieta a la vez. A nosotros también nos sucede lo mismo, sobre
todo en la noche: damos vueltas a los problemas y los dramatizamos, estamos
abatidos, agotados, tristes, y nuestra mente inquieta trata vanamente de
hallar soluciones...
¿Por qué te
abates, oh alma mía? Esta simple pregunta nos da una idea de la inquietud
interior. Y entonces aparece el remedio: “Espera en Dios”. Dirija la mirada
de fe hacia Aquel que tiene en sus manos toda la situación. Es el dueño del
futuro, y sabe muy bien qué medios emplear para animarle. ¡Confíe en él! Por
el momento desea que no deje de alabarlo, que cante sin desanimarse. ¡Sigue
siendo el Dios de su vida, su roca, su salvación y su fuerza! ¡Nada puede
separarle de su amor!
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