Se engordaron y se pusieron lustrosos…
se hicieron prósperos, y la causa de los pobres no juzgaron.
Jeremías 5:28.
A los ricos de este siglo manda…
que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos…
que echen mano de la vida eterna.
1 Timoteo 6:17-19.
Cuando la cumbre social de la ONU tuvo lugar en Ginebra, durante el verano del año 2000, se publicaron datos abrumadores acerca de la pobreza en el mundo. La mitad de la humanidad dispone de menos de dos dólares diarios; un cuarto no tiene acceso al agua potable; 40 millones de personas mueren de hambre cada año, y por falta de cuidados, un niño perece cada dos segundos. ¡Esto además del drama absoluto que constituye la propagación del sida y de muchos otros azotes catastróficos! La diferencia de ingresos entre los más ricos y los más pobres no deja de aumentar (¡se triplicó en 40 años!), y la ayuda al desarrollo ha disminuido. Por otro lado, se oyen discursos sobre «el nuevo crecimiento», sobre los progresos de la humanidad en todos los campos de las ciencias y la tecnología… Estas escandalosas distorsiones muestran el desarrollo del egoísmo humano que Dios denuncia desde hace mucho tiempo.
¿Y nosotros sus hijos? Cualesquiera sean nuestros medios, seamos “ricos en buenas obras” (1 Timoteo 6:18). “Hagamos bien a todos”, empezando por los creyentes, sin cansarnos (Gálatas 6:9-10). Si se lo pedimos al Señor, él nos volverá atentos para ayudar, para alentar en la fe, para compartir según la medida de nuestros medios, y ¡no sólo de lo que nos sobra!
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