2014 AÑO DE
LA REVOLUCIÓN DEL CORAZÓN
Primer
día: Un
Corazón perdonador. Vivir en Paz es Vivir en el Perdón.
Frase Para recordar: Si amas
perdonas, si perdonas vives en paz.
Perdonarte es tener paz
contigo mismo. (Continuación)
¿Qué caracteriza a quienes no se perdonan a sí mismos? Por Charles Stanley
Aquellos de nosotros que fuimos redimidos por fe en Cristo,
hemos sido totalmente perdonados y declarados “inocentes”. Sin embargo, muchos
creyentes tienen dificultades para deshacerse de sus remordimientos. La verdad
es que un espíritu no perdonador dirigido hacia uno mismo, es tan perjudicial y
destructivo como el rencor contra alguien más. ¿Cómo puede uno seguir
manteniendo bajo la esclavitud a alguien que Dios ha perdonado? ¿Cómo es que no
puedo perdonarme a mí mismo?
EL AUTOCASTIGO. Una señal de un
espíritu no perdonador, es el deseo de castigar a quien cometió la falta. Eso
es exactamente lo que nos hacemos a nosotros mismos cuando nos aferramos a la
autocondenación. Cada mañana la culpa nos espera, y obedientemente la cargamos
como una mochila durante todo el día. Con cada repetición mental de nuestras
faltas pasadas, experimentamos de nuevo las dolorosas y humillantes emociones
que acompañaban a nuestro pecado del pasado. Algunas personas incluso se
abstienen de las cosas buenas que Dios quiere que disfruten, porque piensan que
esa autonegación, de alguna manera, pagará sus transgresiones. ¡Qué absurdo es
castigarnos a nosotros mismos cuando Cristo ya ha pagado la totalidad de la
pena! El sufrimiento autoimpuesto no añade nada a su completa expiación a favor
nuestro (Ef 2.8, 9).
LA EVASIÓN. Los seres humanos
somos maestros en el arte de intentar escapar de la culpa, para no tener que
enfrentarla. Hay quienes tratan de atenuar el remordimiento por medio del
alcohol, las drogas, la comida, las compras, el entretenimiento o las aventuras
sexuales. Otros llenan sus vidas de actividad constante, con agendas
sobrecargadas y trabajo excesivo. Pero no podemos deshacernos de nuestra culpa
ni ignorarla. En algún momento tenemos que hacerle frente, o el remordimiento
seguirá consumiéndonos, dañando nuestras almas (Sal 32.3, 4).
Segundo día:
EL DESMERECIMIENTO. Otra señal es el
profundo sentimiento de desmerecimiento que afecta todos los aspectos de la
vida. Si Satanás puede hacerle sentir que es indigno por sus faltas del pasado,
le tendrá exactamente como él quiere que esté: paralizado espiritualmente. Su
vida de oración será débil o inexistente, su relación íntima con el Señor se
apagará, y su servicio se verá estorbado y será infructuoso. En realidad,
ninguno de nosotros es digno. Es por eso que todos necesitamos la gracia
divina, el favor inmerecido de Dios a nosotros. Aferrarse a sentimientos de desmerecimiento
y rechazar la gracia de Dios, es perjudicial para nuestra vida espiritual (Hch
10.15).
LA INCERTIDUMBRE. Recordar
constantemente los errores del pasado mantiene al cristiano en incertidumbre. A
pesar de tener la seguridad de su salvación, nunca están totalmente seguros de
cómo lo ve Dios, y nunca experimenta la paz que sobrepasa todo entendimiento
(Fil 4.6, 7). A veces, incluso, puede preguntarse: ¿Qué saldrá mal ahora?
Después de todo, no soy digno de ninguna bendición. Estoy seguro de que me
vendrá alguna prueba, porque me la merezco. Esta manera de pensar socava la
confianza en el Señor y, en realidad, crea una barrera entre Dios y nosotros.
Cuando mantenemos vivo el sentimiento de culpa por nuestro pecado, perdemos el
contentamiento, la confianza y el gozo que da el perdón. El Señor no lleva un
registro de nuestras transgresiones, y tampoco debemos hacerlo nosotros (Sal
103.12).
Tercer
día:
UNA MANERA DE PENSAR
DISTORSIONADA. En vez de razonar
partiendo de la verdad de la Biblia, quienes están llenos de remordimiento
confían en su propia lógica y en sus emociones. Los pecados del pasado se
convierten en el centro de atención, y lo que Dios dice no es tenido en cuenta.
Su Palabra dice que todos mis pecados han sido perdonados, pero si me aferro a
ellos estoy negando su promesa y manteniendo mis propias ideas. Para decirlo
sin rodeos, el problema es el egocentrismo. Si todo lo que veo es mi pecado,
mis sentimientos, mi indignidad, mi culpa y mi remordimiento, estoy absorbido
en mí mismo (He 12.1-3).
LA CARENCIA DE PODER. Cristo quiere mostrar
su vida en sus seguidores, pero cualquiera que tenga un espíritu no perdonador
apaga la luz de Él. Aunque todos sabemos que está mal guardarle rencor a
alguien, a menudo lo toleramos hacia nosotros mismos. Quienes insisten en
cargar con sus sentimientos de culpa no están andando en el Espíritu, y el
resultado será una vida cristiana carente de poder.
¿Por qué no queremos perdonarnos a
nosotros mismos?
Para vencer la
autocondenación, debemos aprender a comprender por qué tenemos este problema.
¿Qué nos ha motivado a castigarnos a nosotros mismos, aferrándonos al
sentimiento de culpa?
Cuarto día:
LA INCREDULIDAD. La causa principal es
la incredulidad —priorizar los sentimientos y al razonamiento humano por encima
de la verdad de la Palabra de Dios. La Biblia dice que Jesús llevó el castigo
por nuestros pecados (Ro 3.23-26). Pero quienes se aferran a la culpa están
diciendo, básicamente: “No, mi pecado necesita más castigo. Tengo que sufrir
por él hasta que sienta que puedo perdonarme a mí mismo”. ¿No le alegra que
Dios no haya dispuesto que fuera así? Cuando Cristo murió en la cruz, dijo:
“Consumado es” (Jn 19.30). No hace falta ningún otro pago. La manera como nos
sintamos no tiene nada que ver con la realidad de lo que Él ha hecho por
nosotros.
EL LEGALISMO. Tal vez el no poder
vivir a la altura de nuestras propias expectativas, es lo que nos hace
condenarnos. Sin embargo, cuando estamos tan decepcionados que no podemos
perdonarnos, hemos establecido una norma basada en el desempeño. Esto es lo que
se llama legalismo. El Señor tiene solo un requisito para recibir su perdón: la
fe en Cristo. Decir: “Lo que hice fue tan malo, que no puedo perdonarme”, es
vivir bajo la ley, no bajo la gracia. El perdón de Dios no se da en base a un
sistema de categorización de los pecados, y el nuestro no debe ser diferente.
LA ACEPTACIÓN. Lamentablemente,
después de vivir por mucho tiempo bajo la autocondenación, los creyentes pueden
empezar a ver eso como un estilo de vida normal. Pero no lo es. Cristo nos
prometió libertad de la culpa, juntamente con la vida abundante que acompaña a
una conciencia purificada. No aceptar esto significa permanecer en una prisión
creada por nosotros mismos. Las instituciones penitenciarias tienen una palabra
para los reclusos que se han aclimatado tanto a la vida en la prisión, que
tiene miedo de vivir fuera de ella: institucionalizados. Eso es exactamente lo
que sucede con los creyentes que no quieren desprenderse de sus sentimientos de
culpa. Se encogen en sus celdas, a pesar de que Cristo les ha abierto la puerta
e invitado a salir a la libertad que Él compró para ellos.
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