La mano negligente empobrece.
Vé a la hormiga, oh perezoso,
mira sus caminos, y sé sabio…
cruzar por un poco las manos para reposo;
así vendrá tu necesidad como caminante,
y tu pobreza como hombre armado.
Proverbios 10:4 y 6:6-11.
En lo que requiere diligencia, no perezosos.
Romanos 12:11.
Ser perezoso es no utilizar las facultades que Dios nos ha dado (físicas, manuales, intelectuales…) para satisfacer nuestras propias necesidades, las de nuestros allegados, etc. Es no esforzarse cuando hay que hacerlo. La Palabra de Dios nos muestra cuáles son las consecuencias de ello y nos invita a rechazar tal actitud.
En dos cartas sucesivas el apóstol Pablo recordaba a sus hermanos su propio ejemplo y les pedía que lo imitaran: “Os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios” (1 Tesalonicenses 2:9; 2 Tesalonicenses 3:8).
La pereza también existe en la esfera espiritual. Los creyentes hebreos se habían hecho “tardos para oír”. Ya no eran capaces de comprender la enseñanza del apóstol y por eso él tenía que volver a exponerles las verdades de la base del cristianismo. Nosotros también corremos el riesgo de permanecer como “niños”, sin madurez espiritual, no pudiendo discernir “el bien” y “el mal”, por falta de perseverancia en leer la Palabra de Dios (Hebreos 5:11-14).
Creyentes, seamos diligentes para “escudriñar las Escrituras” (Juan 5:39), celosos “de buenas obras” (Tito 2:14), y perseverantes en la oración con acción de gracias.
TOMADO DE LA BUENA SEMILLA
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