Verso para Memorizar de mes:
Juan 11:40
Los estudiantes escriben en su cuaderno:
Titulo de Devocional, Cita Bíblica, 1. La reflexión y 2. Aplicación para
su vida. (Personal)
Día 1:
Prepárate para venir al encuentro de tu Dios. Amós 4:12
Como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios. 2 Corintios 5:20
Tiene cita...
«Mamá, ¿podrías
pedirme una cita con el dentista? La quiero el miércoles por la tarde o el
sábado en la mañana». Enseguida hice lo que mi hijo me pidió. Pero al día
siguiente me dijo que más bien le pidiera la cita una semana más tarde,
porque había cambiado de planes...
En la vida todos
pedimos citas. Anotamos los días y las horas, desplazamos o anulamos si es
necesario. Con algunas semanas o meses por adelantado, las páginas de la
agenda se van llenando, y esto parece durar indefinidamente. Pero llegará un
día a partir del cual permanecerán blancas, el día de la última cita de
nuestra existencia terrenal. Dios ya fijó la fecha, ¡y no hay número o
dirección de correo electrónico para anularla! Ese día, el cuerpo de cada
persona volverá al polvo, y su alma a Dios, quien la creó (Eclesiastés 12:7).
¿Ha pensado usted
en esa cita de su alma con Dios? Es preciso pensar en ello desde hoy, pues de
esto depende su futuro eterno. Si comparece ante Dios sin haber solucionado
la cuestión de sus pecados, ya no habrá marcha atrás, pues Dios es santo y no
puede recibirle en ese estado. El que durante su vida en la tierra no se
arrepiente de sus pecados, pasará la eternidad lejos de Dios, en los
tormentos eternos.
Pero si usted
depositó su confianza en Jesucristo y aceptó en su corazón su sacrificio, sus
pecados son perdonados. A partir de ese momento está reconciliado con Dios y
el cielo le es abierto.
¡No espere que
sea demasiado tarde para prepararse para encontrar a Dios!
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Día 2. Tarea en Familia: LOS PADRES DEBEN FIRMAR EL
CUADERNO DEVOCIONAL
Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice el
Señor, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.
Jeremías 29:11
En la casa del Señor moraré por largos días. Salmo 23:6
¿Cómo ve su futuro?
Durante un
período de depresión de su paciente, cada día el psiquiatra le hacía esta
misma pregunta escrutadora y punzante. Sin duda el médico deseaba conocer la
evolución del estado del enfermo y adaptar el tratamiento en función de su
estado.
Si alguien nos
pregunta cómo vemos nuestro futuro, ¿cuál será nuestra respuesta? ¿Vamos a
responder en función de nuestra situación material del momento en que
vivimos? O en cambio, con confianza, diremos como David: “El Señor es mi
pastor; nada me faltará” (Salmo 23:1). David había soportado la injusticia,
la soledad, el duelo y muchas circunstancias duras a lo largo de su vida,
pero también había experimentado el socorro divino. Dios nunca lo había
abandonado.
Podemos responder
solo para esta vida terrenal, o con la serenidad del apóstol Pablo al final
de su vida: “El tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está
guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo” (2
Timoteo 4:6-8).
El futuro del
creyente es seguro, pues Jesús, quien resucitó y está en el cielo, es el
garante. Desde hace siglos los creyentes pudieron decir, incluso en medio de
inmensos sufrimientos: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará
sobre el polvo... En mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25-26). Jesús dijo al
malhechor arrepentido que estaba crucificado a su lado: “Hoy estarás conmigo
en el paraíso” (Lucas 23:43).
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Este pobre clamó, y le oyó el Señor, y lo libró de todas sus
angustias.
Salmo 34:6
(Jesús dijo:) La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el
mundo la da.
Juan 14:27
¡Oh, Dios! ¿Dónde puedo encontrarte?
Testimonio
«¡Oh, Dios! Creo
que existes, pero, ¿dónde puedo encontrarte? Odio la religión, pero quiero
encontrarte. ¡Haz que me encuentre con personas que te conozcan!».
Algún tiempo
después de esta oración, recibí una invitación a una reunión cristiana.
Estaba interesada, pero dudaba en ir, pues tenía miedo de encontrarme en un
callejón sin salida. Sin embargo, al final fui. Un hombre se levantó y leyó
unos pasajes del evangelio. No tenía nada extraordinario y hablaba
pausadamente, pero su mensaje me habló directamente al corazón. ¡Era tan
claro! Comprendí que era la respuesta de Dios a mi oración.
Volví
regularmente a esas reuniones. Allí me sentía bien, como si estuviese
protegida. No había ninguna presión, sino más bien como una puerta abierta
hacia una esperanza presente, accesible. Simplemente se leía la Biblia; ella
hablaba de nuestros corazones, mentirosos, arrogantes, celosos, llenos de
odio e incapaces de perdonar. ¡Y precisamente así era el mío! Empezaba a
comprender que únicamente Dios, manifestado en Jesucristo, podía producir el
bien, y que solo la muerte de Jesús en la cruz podía perdonar el mal que
había en mi corazón.
Los días
siguientes leí mucho la Biblia. La Palabra de Dios penetraba en mí y me hacía
entrever una nueva vida.
Una noche me
encontré con dos amigos para orar. Aunque lloré mucho, ¡la paz que tanto
buscaba estaba realmente ahí! Esto sucedió hace más de 22 años, y esta paz
interior nunca me ha dejado.
Monique
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Mas yo al Señor miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío
me oirá. Miqueas 7:7
Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí. Romanos 14:12
Pero yo... ¿y tú?
A veces hablamos
de naciones cristianas o familias cristianas, pero en realidad la fe es
individual. Quizás haya vivido en cierto entorno, en una familia en la que
recibí una educación cristiana, en la que vi un ejemplo de lo que el
Evangelio produce en la vida de aquel que lo acepta, ¡pero esto no hace que
yo sea un cristiano!
En la primera
parte de la Biblia, Israel es presentado como un pueblo reconocido por Dios.
Todos los que lo componían disfrutaban de las ventajas ligadas a esta
condición. Pero en este pueblo, unos tenían fe y otros no; unos buscaban a
Dios, los otros no. Lo mismo sucede hoy en día: es una terrible ilusión
considerar como hijos de Dios a todos los que, exteriormente, forman parte de
la cristiandad porque fueron bautizados. La Palabra de Dios dice que solo a
los que recibieron a Cristo en su vida, “les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios” (Juan 1:12).
Hay un momento en
el que debo decir: «Pero yo...». Independientemente del entorno en que viva,
que la gente sea indiferente al cristianismo, opuesta o creyente, debo
presentarme ante Dios, recibir su mensaje y creer personalmente. Luego tengo
que avanzar... pero no «con las piernas de los demás», dejándome llevar por
la corriente o la tradición, sino con una fe personal. La fe de mis padres o
de mis amigos no puede reemplazar la mía. “Cada uno de
nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12). Y Jesucristo nos dice a
cada uno: “Sígueme tú” (Juan 21:22).
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Jesús... preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres
que es el Hijo del Hombre?”. Mateo 16:13
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo:
Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Mateo 16:15-16
¿Quién dice usted que soy yo?
Jesús hizo esta
pregunta a sus discípulos, y cada uno de nosotros debe hacérsela a sí mismo:
¿Quién es Jesús?
Para encontrar la
respuesta, leamos los evangelios. En ellos veremos que Jesús es un hombre,
que tuvo hambre y sed, que sintió cansancio... Lloró, pero también se gozó.
Descubrimos que
Jesús es único y se revela como más que un hombre. Declaró ser el camino que
conduce hacia Dios. No un camino, sino elcamino
(Juan 14:6). Dijo que él da la vida eterna (Juan 10:28). Afirmó que tiene
poder para perdonar los pecados (Marcos 2:7, 10). Anunció que sería el Juez
de toda la humanidad (Juan 5:22), y que en los postreros tiempos resucitaría
a todos los hombres, sea para la vida o para el juicio. También dijo que
daría su vida para salvar a muchas personas.
¿Quién es
entonces? No es simplemente un hombre que se acerca a nosotros, ni siquiera
la persona más importante que jamás haya existido. Tampoco es simplemente un
sabio extraordinario, ni un maravilloso médico. ¡Jesús es Dios! Vino a
nosotros como un hombre, pero con la autoridad de una persona divina. Él es
el Mesías, el Enviado de Dios.
Aceptando este
hecho, creyendo que Jesús es el Hijo de Dios y que murió en nuestro lugar,
recibimos la vida eterna. ¿Lo cree usted? ¡Él también quiere ser su Salvador!
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Día 6
(Un leproso) viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le
rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Entonces, extendiendo él
la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue
de él. Lucas 5:12-13
Nada puede detener el amor de Jesús
¡Qué
acontecimiento en la vida de este leproso! Esta enfermedad incurable y
contagiosa lo conducía a una muerte segura y lo condenaba a un total
aislamiento. Incluso el simple contacto con un leproso estaba prohibido por
la ley de Moisés (Levítico 13). Pero sin duda este hombre había oído hablar
de los milagros que Jesús había hecho, y sabía que también podía curarlo.
Se echó a sus pies, pero no se atrevía a pensar que Jesús quisiese curarlo.
Entonces Jesús le dio esta magnífica respuesta: “Quiero; sé limpio”. Y tocó
al hombre, quien al instante quedó sano.
La lepra
simboliza el pecado. Todo ser humano es pecador, y esto se manifiesta a
través de sus actos, sus palabras, sus pensamientos. Este mal no tiene
solución (Jeremías 17:9), pero Jesús intervino. Él, quien es absolutamente
santo, aceptó venir a este mundo y compartir con los hombres las
consecuencias del pecado. Hizo mucho más que sanar a los enfermos. Mostró su
amor al dar su vida por los pecadores, mostró su poder al salir triunfante de
la tumba. Ahora puede y quiere salvar a todos los que acuden a él.
Sea cual sea su
estado, sepa que Jesús lo ama, que quiere perdonarlo y darle la vida eterna.
“Dios nuestro Salvador... quiere que todos los hombres sean salvos y vengan
al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4). Jesús dijo: “Todo lo que el
Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
¡Hoy esta invitación es para usted!
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