LECTURA DEVOCIONAL: Salmo 122.
TEXTO PARA MEMORIZAR: Salmo 122:1.
PROPÓSITO
Entender cómo se sentían los judíos cuando pensaban en la casa de Dios en Jerusalén; y usando esto como ejemplo, ver cómo podemos adorar a nuestro Dios y glorificarle más en nuestro corazón, dentro y fuera del Templo.
INTRODUCCIÓN Todo varón judío tenía la obligación de ir a Jerusalén para celebrar tres fiestas cada año. Ellos tenían que hacer todos los viajes que fueran posibles. La pregunta es: ¿Qué los impulsaba a hacerlo? No era el olor de los animales durante el sacrificio. Tampoco podía ser el gozo de un largo viaje a pie en el polvo, bajo el inmenso calor del sol, durmiendo en el campo, comiendo limitadamente, y, muchas veces, sin agua. En Jerusalén no los esperaban con hoteles cómodos. Entonces, ¿qué los motivaba a viajar a Jerusalén? Jerusalén había sido el lugar escogido por Dios para morar con ellos y para que lo adoraran. Así que los israelitas no se sentían cerca de Él en otra parte. Amaban a Dios y deseaban estar en el Templo, junto a otros que se congregaban allí para adorar a Dios. Por esto el salmista expresa este sentir en el Salmo 122.
DESARROLLO "Yo me alegré con los que me decían a la casa de Jehová iremos" (Salmo 122:1). Este versículo declara el espíritu con que iban. La actitud con que una persona va a la casa de Dios determina si va a recibir bendición o no. "Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén" (Salmo 122:2). Para el salmista y los judíos, el Templo y Jerusalén eran una misma cosa. Eran el centro de su vida nacional y religiosa. No separaban estas dos cosas. Pensemos cómo nos sentíamos el día que entramos la primera vez para dedicar nuestro nuevo Templo. Es seguro que sentimos mucho gozo y satisfacción. Recordamos cuántas horas de trabajo y los sacrificios que hicimos para conseguir el material de construcción; pero esos sacrificios no los tomamos en cuenta. Sólo nos interesa que estamos dedicando a Dios la casa de oración para ser el centro de comunión en conjunto con los demás hermanos. También, ¿puede recordar cómo se sintió la primera vez que entró al Templo después de haberse arrepentido de sus pecados y ser salvo? ¿Entró con gozo a la casa de Dios sabiendo que ahora era miembro de la comunidad de hermanos redimidos por Cristo? De hecho, siendo salvos podemos entrar a la casa de Dios para alabarle y adorarle con un corazón agradecido. Y, además, estamos seguros de que Él se encarga de bendecirnos. Salmo 73. Aquí se mencionan algunas anomalías que vemos hoy en nuestros días. El justo y el bueno sufren, y, además, son oprimidos por los injustos. Los injustos pueden ser personas ricas o pobres. No es la cantidad de posesiones la que hace injusto al individuo, sino el trato que le da a su prójimo. "Casi deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos... tenía envidia de los arrogantes" (Salmo 73:2). Los arrogantes tenían vidas inmorales, y, aún así, no recibían castigo de Dios. En el Salmo 73:4-9, el salmista hace una lista de las faltas de los malos. Hablaban en contra de Dios, eran muy soberbios y aparentemente se libraban del castigo divino. En el Salmo 73:10-14, el salmista casi llega a dudar de la sabiduría y justicia de Dios. La gente, viendo que Dios no actuaba, estaba considerando seguir a los impíos. Parecía inútil ser justo y vivir una vida pura. En el Salmo 73:15, el salmista reconoció su responsabilidad de ser ejemplo. Salmo 73:16. Este versículo forma un puente entre 1-15 y lo demás del Salmo. Él se encuentra a punto de hacer una decisión definitiva. Al fin, decide visitar al santuario como el último recurso. Salmo 73:17. Él fue al santuario para consultar con Dios. Dios le indicó que un día vendría un castigo para los impíos, y que este castigo sería eterno. ¿Será posible que Dios le hizo ver con sus propios ojos la vida interna de uno de los impíos? Posiblemente vio la inseguridad, tristeza y miedo del impío que daba la apariencia de serenidad y satisfacción en su vida. Posiblemente Dios le hizo ver su propia vida y actitud, y cómo las veía Dios; o tal vez, Dios le hizo ver que su modo de razonar era incorrecto. Veamos el siguiente versículo. Salmo 73:18-20. Ahora el salmista tiene una comprensión totalmente nueva. Él pensaba que el mal estaba en su ambiente; pero comprende que estaba en él mismo. En el santuario, su punto de vista hacia Dios cambió. En el Salmo 73:21-26, él reconoció su culpa por dudar de la justicia de Dios. ¿Por qué Dios no manda a todos los malos al infierno ahora mismo? Probablemente para darles más tiempo, por si acaso algunos se arrepienten y se salvan. Si el individuo no se arrepiente, no tendrá ninguna excusa, por cuanto Dios le dio suficiente tiempo para tomar su decisión. Salmo 73:23-27. Vemos una nueva relación entre el salmista y su Dios. Ahora él se somete a la voluntad de Dios y recibe su ayuda; reconoce que su reacción no era la de un hijo de Dios; ahora quiere cambiar. ¿Cuándo comenzó a cambiar el salmista? Comenzó a cambiar cuando fue al santuario. Allí le dio lugar al Señor para que hablara con él. Pudo meditar en la justicia y misericordia de Dios, en el hombre, en la vida de este mundo y en el venidero. Allí comprendió el plan de Dios para la humanidad y para consigo mismo. En el Templo comprendió que debía dejar de quejarse de los injustos que vivían alrededor él. Tenía que ver a los injustos así como Dios los ve. Tenía que comprender que Dios les estaba dando suficiente tiempo a los injustos para que tuvieran la oportunidad de arrepentirse. En este sentido, la salvación o condenación de los impíos no depende de Dios, sino de ellos mismos. "Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; he puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras" (Salmo 73:28). Salmos 42 y 43. Aquí se habla de cuando el rey David andaba huyendo de su hijo Absalón. David había decidido salir de la capital para que no hubiera una guerra sangrienta. Creía que si Dios consideraba justa su causa, Él se encargaría de volverlo al trono. Al principio sentía depresión y frustración por estar lejos de su casa, pero más que todo él sentía tristeza por no poder congregarse con los demás en el Templo en alabanza y adoración a su Dios. Miremos cómo lo expresa. Salmo 42:1, "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas". El siervo es un animal veloz, parecido al venado, ligero de pies. Su enemigo más fuerte es el hombre, quien siempre anda con sus perros. Parece que lo han estado persiguiendo por mucho tiempo y el animal va con mucha sed bajo el ardiente calor. También él sabe que tiene que cubrir sus huellas y el olor de su rastro. Sólo en el río podría hacer esto. Él desea hallar bastante agua para zambullirse en ella, dejando quizá solo sus narices fuera del agua para no ahogarse, mientras los perros se desaniman a seguirle. Aquí el salmista se compara con el siervo. Él tiene gran sed de Dios y de la casa de su Dios. Él desea adorar a su Dios en medio de la congregación. Pero no puede llegar al Templo porque su hijo Absalón reina en Jerusalén. El agua indica su anhelo íntimo de relacionarse con Dios. La pregunta que tenemos en verso 2 se refiere a que está lejos de Jerusalén y del Templo. El se sentía privado del gozo y del privilegio de participar en la adoración a Dios. Cuando por alguna razón usted no puede asistir al Templo, ¿cómo se siente? ¿Qué hace si está enfermo y tiene que quedarse en casa? Es un buen tiempo para orar por cada uno de los que están allí, por la meditación de la Palabra de Dios, por los cantos, y por todo. ¡Usted puede tener parte en ese servicio! ¡Aproveche ese tiempo de comunión con su Señor, repase los versículos que sabe de memoria, lea la Biblia si puede! ¡Dios está con usted allí en su lecho! Salmo 42:3, "¿Dónde está tu Dios?" Lo peor del caso fueron las burlas de los que estaban alrededor del salmista. Ellos sabían que él estaba triste por no poder estar con los demás en el Templo. Sabían que él oraba a Dios y que no podría ir a la ciudad. Sus enemigos querían infundirle duda del amor de su Dios. Nuestro enemigo viene a causarnos aflicciones, problemas y dificultades; nos acusa y pretende infundirnos dudas acerca del amor de Dios. ¿Qué respondemos nosotros? El salmista no quiso comer ni dormir. La aplicación más común entre nosotros es el hecho de que el ciervo, angustiado por la sed que siente, va buscando agua para beber. Cuando nosotros llegamos al Templo de Dios con gran sed y un deseo profundo de oír la Palabra de Dios y alimentar nuestra alma, Dios nos va a hablar. Él nos va a saciar con su presencia. Eclesiastés 5:1-7 nos dice que debemos llegar en quietud, dejando nuestros quehaceres afuera, con nuestras preocupaciones; y debemos llegar con sed de Dios, de oírlo y obedecerlo. ¡Qué tristeza cuando uno que ha conocido a Dios anda lejos, no llega a los cultos, y casi ni se da cuenta de su estado! Pero qué bueno es cuando esta misma persona toma nota de su estado, siente sed, y regresa. El Salmo 42 tiene otro motivo, y es de la tribulación y de la tristeza que los judíos van a experimentar cuando ya no puedan asistir al Templo. Al verlos llorar, sus enemigos van a burlarse de ellos, haciendo la misma pregunta ¿dónde está tu Dios? Salmo 42:4, "Me acuerdo cómo fui con la multitud". Su alma se siente derretida de dolor. Era como una carga el pensar cuando él había ido juntamente con todos a adorar a su Dios. Salmo 42:5, “¿Por qué te abates, oh alma mía?” Aquí el salmista le habla a su propia alma, animándola. Aun en presencia, quizá, de sus enemigos, él manifiesta fe y confianza en que Dios lo sacaría y lo salvaría de la adversidad y las circunstancias en que él se encontraba. El mismo se reprende diciendo que era en vano ese sentir de tristeza. ¿Acaso su Dios no lo iba a librar y hacer regresar al lugar donde él anhelaba estar? Se ve que en los versículos 6 y 10 vuelve a sentirse triste. ¿No es lo mismo lo que sentimos nosotros a veces? Después de tener una victoria y estar muy alegres, algo pasa y volvemos a ser como estábamos antes: tristes. Esto sucede cuando nos olvidamos del Señor y dudamos que Él está con nosotros. Luego David comienza a recordarse de Dios y su grandeza, que Jehová lo bendice y le habla, aun por las noches. Recuerda todo esto, y también que sus enemigos están allí cerca; él anima a su alma otra vez con las mismas palabras. Salmo 43:1. Comienza un poco desanimado. Hermanos, ¿no es así con nosotros a veces? Cuando estamos abatidos tenemos tiempos para levantar nuestra mirada y orar con fe; y luego estamos algo desanimados otra vez. Así le pasó al salmista. Él sabía que su única esperanza estaba en Dios y que nunca hallaría descanso en otra parte, sino sólo en Dios. Salmo 43:2, "¿Por qué me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo?" Este hombre está bien desanimado. Pero parece que haciendo estas preguntas, él mismo se dio cuenta de su actitud y su necesidad, y tomó buenas medidas. Salmo 42:3 “Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán”. Estas son palabras sabias. “Me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas”. Primero, el salmista expresó todas sus angustias. El Señor desea nuestra sinceridad. Desea que le digamos cómo nos sentimos. Con esto, también nos damos cuenta de la profundidad de nuestro sentir, y entonces llega la sanidad mental y emocional. Si no expresamos al Señor lo que pensamos, será difícil cambiar de actitud. Segundo, el salmista pide luz y verdad que son características de Dios. La luz nos muestra las cosas tales como son. También la verdad nos hace entender el porqué o cómo lo necesitamos. Son estas cosas que van a guiar al salmista directamente al santuario, al Templo, la casa de Dios. En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios moraba en el Templo, sobre el Arca del Pacto en el Lugar Santísimo. Es allí donde la luz y la verdad lo llevan. Y no sólo al Templo, sino directamente al altar de Dios. Al estar parado frente al altar de Dios, sus pensamientos se enfocaron en el Dios que moraba en ese lugar. Su corazón se levantaba allí, se henchía de emoción, de alegría y de gozo, a tal grado que prometió alabarle con arpa. Nosotros hoy diríamos con guitarra o con nuestra voz. Esto nos hace recordar el desánimo que sintieron los judíos durante el exilio en Babilonia (Salmo 137:1-4). Por tristeza, ellos colgaron sus arpas en los sauces mientras sus vecinos les pedían que cantaran cánticos a Jehová. Estaban lejos de Jerusalén, y la ciudad estaba en ruinas. ¿Cómo podrían cantar? No tenían nada de gozo. El salmista medita en Dios, y recuerda el desánimo de su alma. Salmo 43:5, "Por qué te abates, oh alma mía". Parece que el salmista dice, "Mira, alma mía, has estado triste y turbada por gusto. Mira, aquí estamos en el Templo. Te dije que íbamos a ser rescatados, espera en Dios, porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”. Hay veces cuando las emociones se hacen muy fuertes y no permiten que la mente o la voluntad funcione. Estos tres elementos de nuestro ser tienen que funcionar en conjunto, ni el uno ni el otro debe dominar a los demás. Así seremos maduros y más útiles para el servicio de nuestro Rey Jesucristo. Hay otra cosa también. El hombre santo del Antiguo Testamento pensaba que tenía que estar en el Templo para hablar con Dios. Él no tenía el conocimiento nuestro de que Dios anda con nosotros siempre, que podemos hablar con Él en cualquier momento. Le conocemos personalmente. Teniendo tanta luz, ¿cómo es que no andamos de victoria en victoria? ¿Tenemos períodos de desánimo? Parece que es porque no hacemos lo que hizo el salmista en el Salmo 43:3-4, y en 73:17. El tiempo que pasamos en meditación y reflexión en el Templo, pensando en nuestro Creador y Salvador, en sus planes para nosotros y nuestro servicio, en nuestra condición delante de Él, no es un tiempo sin valor. Necesitamos un tiempo sin ruido (Salmo 46:10 nos dice: "Estad quietos y conoced que yo soy Dios".
CONCLUSIÓN: Preparemos nuestro corazón antes de ir al Templo. Tengamos como meta encontrarnos con Dios allí. No vayamos al templo sólo para ver a nuestros hermanos, lo cual es también importante. Primero, nuestro deseo mayor debe ser tener un tiempo especial con Dios, tiempo para alabarle y para adorarle en espíritu y en verdad. Propongámonos aprender algo que podamos aplicar a nuestra vida para hacerla conformarse más al modelo de nuestro Señor Jesucristo. Cuando llegamos al Templo con deseos de encontrarnos con Dios, Él nos hablará. Posiblemente nos hablará por medio de las palabras de un himno, del testimonio de un hermano, o por medio de la oración de otro. Hablará directamente a nuestro corazón en comunión quieta delante de Él, o por su Palabra explicada. Nuestra vida será cambiada porque eso es lo que Dios desea.
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