Éxodo 17:1-7; Números 20:1-11; Salmo 75:15, 20;
Proverbios 21:25; Isaías 55:1; Mateo 25:35, 40;
Juan 4:5-15; 7:37-39; Romanos 12:20; 1 Corintios 10:4; Apocalipsis 21:6; 22:17.
Cuéntase que recorriendo los caminos del país de Gales iba un ateo, el señor Hone; iba a pie y al caer la tarde sintióse cansado y sediento. Se detuvo a la puerta de una choza donde una niña estaba sentada leyendo un libro. Le pidió el viajero agua; la niña le contestó que si gustaba pasar su madre le daría
también un vaso de leche. Entró el señor Hone en aquel humilde hogar donde descansó un rato y satisfizo su sed. Al salir vio que la niña había reasumido la
lectura, y le preguntó:
— ¿Estás preparando tu tarea pequeña?
— No señor — contestó la niña—, estoy leyendo la Biblia.—
— Bueno ¿te impusieron de tarea que leyeras unos capítulos?
— Señor, para mí no es tarea leer la Biblia, es un placer.
Esta breve plática tuvo tal efecto en el ánimo del señor Hone, que se propuso
leer él también la Biblia, convirtiéndose en uno de los más ardientes defensores
de las sublimes verdades que ella enseña. — El Faro.
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