“Los padres de familia son los primeros educadores”
La mayoría de las escuelas tiene maestros excelentes, otros que son mediocres y algunos que no deberían ejercer la profesión. Los mejores maestros pueden fijar el tono y la dinámica de toda una escuela: puesto que muchas personas no son proactivas, pueden inspirar a los demás a elevar sus perspectivas y a adaptarse al entorno que crean.
Si -como maestro- su creencia fundamental es que usted sabe y los demás no, entonces su trabajo es decirles, controlarles, forzarles, o hacer lo que sea necesario para "componerles". Sin embargo, si su creencia fundamental es que los estudiantes ya tienen grandeza y capacidad, y que su trabajo es ayudarlos a apreciar nuevamente lo que ya saben intuitivamente, su actitud será totalmente distinta. No necesitará forzar. De hecho, es imposible hacerlo. Hallará formas de evocar e inspirar en lugar de anunciar, informar e inculcar. Usted los hará crecer y no intentará frenarlos. Creará las condiciones que permitan a los niños florecer, como los jardineros que limpian la maleza, fertilizan y podan; pero reconocerá -con reverencia- que el poder y la vida ya están presentes en ellos.
Un maestro no puede "dar" energía a sus alumnos; no puede "darles vida". Sin embargo, muchos intentan hacerlo y terminan matando su espontaneidad, su creatividad y la alegría de aprender, en vez de crear las condiciones que los ayuden a crecer, florecer y llegar a ser alguien.
Los grandes maestros no dan simplemente respuestas; como tampoco se limitan a compartir sus tesoros, por más valiosos que sean. Los grandes maestros ayudan a sus alumnos a descubrir la grandeza y las posibilidades que hay en ellos mismos. Puede necesitarse de una clase distinta de preparación y más suavidad en los métodos, pero esta sensibilidad no puede ser forzada.
Una vieja historia cuenta cómo unos niños entusiastas hallaron una tortuga y quisieron jugar con ella. Asustado, el animal metió rápidamente su cabeza en el caparazón. Entonces, uno de los niños tomó una vara e intentó forzarla para que "saliera a jugar". A pesar de sus buenas intenciones, los niños mataron a la tortuga.
A veces, somos la tortuga. Otras, somos los niños bienintencionados -aunque equivocados- que tienen la vara...
Los maestros deben tener prudencia y habilidad para enseñar. Al equilibrar cuidadosamente la firmeza con la suavidad, el valor con la consideración, la seriedad con la espontaneidad y el juego, los maestros poderosos hacen que creamos en nosotros mismos, porque creemos en ellos. Toda la vida nos sentiremos reconfortados al recordar nuestras relaciones con esos grandes y poderosos maestros.
En esta semana recuerda...
“Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes”
Jeremías 33:3
Tomado del Club de la Efectividad
GUILLERMO RAMIREZ B.P.ACONCAGUA: El Centinela de Piedra
E-mail: aconcagua@telmex.net.co
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